Hace 8 años asistí como trabajadora de Cultura, a atender una actividad en el cabildo de mi ciudad, una casona antigua imponente, donde se encuentra la representación a gran escala de todos los orishas (una iglesia yoruba, en cuestión). Al llegar nos recibió la dueña y anfitriona de la casa, y nos adentró en el cuarto donde están todos los santos, para presentarlos. Iba diciendo bien despacio sus nombres y sus características, parándose al lado de cada uno. Y cuando tocó el turno del último, y lo nombró específicamente, empecé a sentir de repente unos intensos escalofríos que nacían de mi espalda y se expandían por todo mi cuerpo, erizándome notoriamente la piel. Esto no es nada alarmante, pensarán ustedes, pero para mí sí, porque no tenía por qué pasarme eso, ya que no creo en ninguna religión ni tengo profundo conocimiento de ninguna; así que no fue sugestión, y mucho menos imaginación. (Entendí entonces que en este mundo hay algo, energías, no sé como llamarle, pero hay algo, aunque sea inexplicable). Supongo desde el punto de la religión yoruba, que soy hija de ese santo, o algo así, y no lo sé. Es la explicación que le encuentro. La imagen de aquel momento, de ese santo, vestido tan hermosamente, con su velo y sus atributos, se me ha quedado en la mente como una foto, hasta los días de hoy.