El safari

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El presente relato muestra mi punto de vista personal de un posible escenario en caso de ser encontrado nuestro planeta por una especie extraterrestre mucho más desarrollada.

En todo caso, esta visión más bien pesimista se basa en la experiencia humana y no tiene porqué hacerse realidad, puesto no conocemos la forma de pensamiento de otras especies inteligentes, y el universo se considera infinito.

Pero si tenemos en cuenta los procesos evolutivos en nuestro planeta, y la necesidad de la lucha por la vida, es posible lo expuesto en este texto no esté lejos de la realidad, y otros seres inteligentes tengan instintos depredadores parecidos a los nuestros.​

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La sofocada presa miraba de vez en cuando a su cazador; su rostro desfigurado por el esfuerzo constante se veía inmenso en la pantalla, como en un cine. Era un rostro de un macho de su especie, provisto con una corta pelambre rizada de color oro, manchada con sangre reseca que se había pegado a los pelos cual si fuera cuentas de rubíes. El sol de la tarde, y los movimientos nerviosos de la cabeza, hacían resaltar más la pelambre sobre la sudorosa piel colorada de la bestia, casi como flameantes llamas. Pero lo que más impresionaba del animal bípedo eran sus grandes ojos del color del océano, o más bien la mirada de estos; una mirada tan expresiva que pareció conmover durante un momento a varios de los presentes en la enorme sala; en esa mirada no se podía leer ni el odio ni el miedo, tan común en situaciones como esas, sino manifiesta confusión, o más bien, una silenciosa pregunta.

El sonido de una explosión resonó de pronto y Kroll sacudió la cabeza como para liberarse de un encanto. Estaba sentado en una de las butacas de mando delanteras de la sala de control, con los ocho ojos posados en la enorme pantalla en donde se mostraba lo que veía su avatar todoterreno en la superficie del planeta que su nave nodriza orbitaba. El silencio relativo que se asentó en el recinto después del estruendo le permitió escuchar los cuchicheos provenientes del panel de los anotadores, a pesar de los berreos incesantes de la cría de la fiera, y del sonido tableteante que continuaba llegándole a los oídos desde tierra; miró hacia esa parte de la sala intentando penetrar la negrura, y más tarde, con su propio rostro crispado, a donde se encontraba situado el estrado de los doce jueces. También estaba cansado; no había dormido desde el mismo comienzo de la cacería. Pero su sacrificio le había traído los frutos esperados por su raza, y por el momento estaba a la cabeza de los combates. Y eso era precisamente lo que más lo estaba preocupando. Había luchado tanto para ganar, y el descontento de los anotadores por su comportamiento podría hacer a los jueces descalificarlo. La espantosa idea hizo que se estremeciera su robusto cuerpo, y lo obligó a volver a posar la mirada en la pantalla de su sombra; sus cuatro brazos se aferraron con fuerza a los mandos, se diría llenos de disposición para terminar de una vez con lo empezado. No obstante, por un motivo desconocido, otra vez sólo logró hacer dar un paso a su poderoso avatar, y lo detuvo a la expectativa. El sonido de la presa más pequeña le resultaba tan lastimero que por primera vez la idea de matarla lo hacía sentirse incómodo, y se preguntó cómo de una criatura de su irrisoria envergadura podía salir un sonido tan penetrante como ese, a la vez que hacía descender poco a poco la mirada del cazador todoterreno para ponerla en la pantalla.​

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El hombre de rubicundo rostro de barba dorada estaba rodeado por los restos llameantes de lo que había sido antes un pueblo. También estaba herido, su uniforme militar estaba roto en parte, y un niño de corta edad, y rostro tiznado y lleno de lágrimas, se aferraba a los restos de tela que cubrían una de sus piernas. El chico estaba tan aterrorizado que no dejaba de gritar ni por un instante, y halaba con sus manecitas los pantalones del desconocido, como si con ello deseara llamar su atención a toda costa. El soldado miró a todos lados de nuevo, como si buscara una forma de escapar de ese infierno, cuando el sanguinario robot, similar a una Mantis Religiosa de grandes proporciones, se movió haciendo relucir el bruñido metal de su estructura, y miró hacia la criatura con sus refulgentes ojos. Por su entrenamiento estaba seguro de que no resistiría mucho; se sentía a punto de caer en el suelo por la pérdida de sangre y el agotamiento. Por otro lado, todo había sido tan rápido, y resultaba tan increíble. Era difícil entender el motivo de esa matanza cruel e inútil de los visitantes del cielo, y por un instante se ensimismó observando como otras "mantis" asesinaban a los habitantes del lugar a lo lejos, y cortaban sus cabezas sin la menor muestra de piedad hacia ellos. El panorama lo hizo sentirse peor y tuvo deseos de vomitar, a pesar de no haber comido casi nada en los últimos días. Pero aun así, en cuanto vio moverse una vez más al engendro metálico, levantó su arma calada con su cuchillo de campaña y se colocó en posición defensiva delante del niño, que se puso a hacer más ruidos insoportables.

El hombre lo miró por un momento, sin por esto perder de vista a su oponente. Por un instante le pasó por la mente que tenía una oportunidad de salvarse si lo abandonaba; no sería el primero en desertar frente a un enemigo casi invencible. En cambio, en vez de correr hacia las ruinas más cercanas comenzó a retirarse dando cortos pasos, con lo que se llevó al chico a rastras como en las otras ocasiones. El pobre debía haber perdido a sus padres en los primeros días y sólo por un milagro debió haber sobrevivido por tanto tiempo. ¿Cómo podía entonces dejarlo a su suerte? De hacerlo nunca más podría mirar a nadie a los ojos ni podría llamarse a sí mismo hombre.

–No pasa nada –dijo con voz calmada el soldado, y se limpió el sudor y la sangre que le caían en los ojos con la manga de su sucia camisa camuflada–. Esto es sólo un juego… sólo un juego a las escondidas… y luego te llevaré con mamita.

En ese momento sus esperanzas renacieron, cuando vio un carro de combate T-200 de su unidad atravesando una casa a unos cien metros a su derecha. El T-200 robótico no demoró mucho en detectarlo y se dirigió directamente contra la mantis, arrollando todo a su paso para salvar a los humanos. La presencia de estos en las cercanías del enemigo le imposibilitaba utilizar el fuego de sus cañones de plasma de doble canal sin dañarlos con la onda expansiva, o rociar al robot del cielo con la carga de sus ametralladoras pesadas.​

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El cuchicheo de los anotadores se había elevado en la sala para cuando Kroll se percató de la presencia de la nueva presa. La presa bípeda tenía intenciones de escapar y era inadmisible que lo permitiera. Por otra parte, la otra era grande y se le venía encima; debió moverse con presteza para sacar del camino a su sombra. El inesperado encuentro lo hizo enfurecer y ordenó al avatar ir tras ella cuando pasó de largo por su lado. La presa bípeda se puso a escupir fuego con su tubo en cuanto le dio la espalda, y luego cogió a la más chica y corrió con ella. De todas maneras, no le hizo mucho caso, no había en donde esconderse y por su experiencia Kroll sabía que no iba a llegar lejos en su estado; debía encargarse primero de la más poderosa para aliviar el enfado de los anotadores, y luego volver adonde la otra.​

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El soldado se detuvo sofocado después de recorrer poco más de cincuenta metros en un terreno lleno de escombros. Las placas de hormigón de la calle sobresalían por todas partes, y era como correr por las dunas de arena de un desierto. Estaba tan agotado que el arma y el muchachito le pesaban cual si estuvieran hechos de plomo, y debió colocarlos en el suelo para tirarse en una de las cavidades a recuperar el aliento. El niño se aferró a su camisa en cuanto lo soltó, y pareció calmarse un tanto. La mantis continuaba con la persecución del rápido carro de combate, que se movía a toda velocidad llevándosela lejos. Por un momento el hombre estiró su cuello, en cuanto pudo ver como el potente T-200 rotaba con ruido la torreta sobre la marcha para dispararle a su persecutor; su sistema operativo inteligente debió de percatarse de que ahora estaba en terreno despejado y no iba a dañar a los humanos con su fuego.

El carro logró disparar por un par de veces, sin embargo, no logró acertar su objetivo. La mantis se movía demasiado rápido. Ese error podía costarle caro, y el hombre se secó su rostro con la otra manga de su camisa como para no perderse los detalles; después de todo, del resultado de la escaramuza podía depender su vida. La mantis se impulsó con sus propulsores de llamaradas azuladas y no demoró en posársele encima al T-200, que intentó acelerar más y le disparó a la vez con sus ametralladoras pesadas. Pero su suerte estaba echada, y las potentes cuchillas de los brazos del engendro del cielo hicieron su cometido.

–¡Destruido! –murmuró el soldado mirando como las filosas guadañas de la mantis cortaban el casco blindado como si se tratara de una simple tostada. En eso el T-200 perdió velocidad, estalló en llamas, y por último se estrelló contra un muro que hacía poco había sido un edificio. La mantis volvió a despegar cuando del montón de chatarra se desprendieron sonidos de metal retorcido, como si el T-200 se disculpara por su fracaso al enfrentarse al formidable enemigo–. Es nuestro turno de nuevo –musitó por su parte el soldado, e intentó ponerse de pie a medida que empujaba al chico a lo profundo de la grieta.

En ese instante el niño sollozó con el rostro oculto contra su pecho y lo detuvo. Eso hizo volver a su memoria un recuerdo y lo comprendió todo; recordó como cuando era un muchacho su padre lo había llevado a una cacería, y como unos hombres habían hostigado sin parar a una osa con sus perros, hasta matarla y llevarse la piel y la cabeza. La osa también tenía una cría, y esta se había pegado igual al cuerpo inerte de la madre y había sollozado casi de la misma manera en que lo hacía el muchachito ahora. Ese pensamiento le hizo sentir como un escalofrío recorría su espalda y sus ojos se redondearon; tan increíble le resultó verse envuelto en esa cacería inversa. Por otro lado, la revelación lo hizo sentirse seguro de que no tenía escapatoria, y de que tal cual la de la osa, su cabeza terminaría en alguna pared sin remedio; aun así se puso de pie con una presteza inusitada dado su estado cuando la mantis pareció mirar hacia donde estaba tirado, empuñó su rifle de asalto, y le propinó al niño una suave patada para empujarlo hacia lo profundo del agujero en la tierra.​

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En la sala de control de la nodriza se escucharon vítores por un buen rato, y Kroll se sintió más satisfecho. La presa de metal podría haber destruido su avatar, y eso hubiera sido deshonroso. Pero de su hazaña no habría rastros pronto, porque no había una cabeza que llevar como trofeo para ponerla en su sala y mostrársela a sus visitas. Por eso fue que posó de nuevo los ojos de su sombra en las presas bípedas. La más grande se había incorporado, e insistía en ocultar a la otra, para hurtarla, a pesar de que la cría se oponía y volvía a salir del escondite. El comportamiento de la bestia esta vez logró vencer sus escrúpulos y Kroll, lleno de ira, dirigió su cazador contra ella. En la sala volvieron a escucharse los vítores cuando la cabeza del macho voló y el vitoreado se levantó por un instante para saludar con sus cuatro brazos en alto a sus muchos seguidores. Pero en la tierra el avatar plateado no demoró en volver a moverse con maestría, y pronto sostuvo con sus garras también la cabeza de la cría. En la pantalla el contador subió, y con ello Kroll podía estar tranquilo; desde ese mismo momento era poco probable que ninguno de los otros cazadores lo superara. Por lo menos eso pasó por la cabeza del deportista al mirar de reojo a donde los anotadores y los jueces se afanaban, sin que los de las gradas lo notaran; era tiempo, y por fin podría descansar en paz por un rato, y disfrutar de sus grandes logros de ese día. El nuevo coto de caza prometía una larga temporada para ese año antes de estar agotado.​

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Por último, me gustaría saber la opinión de los demás sobre este relato de terror que como les comenté antes nos muestra un posible escenario de un encuentro con otra especie inteligente más desarrollada en cuanto a tecnología.

Por ser nosotros los seres más inteligentes de este planeta, y por tanto los responsables de su destino, me parece deberíamos distinguir mejor la diferencia entre matar por necesidad y hacerlo por puro deporte o ambiciones, como por desgracia lo hacemos en demasiadas ocasiones, o no tendríamos moral para criticar ese mismo comportamiento en otros.​
 
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